Agustinos
Homilía

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Domingo V de Pascua

(28 de abril de 2024)

La liturgia de la palabra de este V Domingo de Pascua nos presenta a nosotros la imagen de la vid y los Sarmientos. Nos dice el Señor, «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante». Cada uno de nosotros es como un pequeño sarmiento, un brote nuevo, que solamente va creciendo y se va desarrollando hasta ser fuerte y dar fruto, si permanecemos unidos a nuestro Señor. Con esta imagen se nos muestra a cada uno la necesidad que tenemos de estar siempre unidos a Dios, ya que en él está el fundamento de nuestra vida como cristianos; ahí nos alimentamos espiritualmente y encontramos todo lo necesario para dar frutos de buenas obras.

En la situación actual, esto representa un desafío para cada uno de nosotros, ya que vivimos en un mundo marcado por el individualismo, en el cual se nos plantea que no necesitamos a nadie para poder crecer y ser productivos, que todo lo podemos conseguir por nosotros mismos sin la ayuda de los demás, mucho menos de Dios. Un mundo que está inmerso en las ideologías, las redes sociales, la tecnología y la inteligencia artificial, que de una forma u otra mutila la capacidad de relacionarnos con los demás, e incluso con Dios. Un mundo en el que se nos plantea que podemos crecer por nuestra cuenta, olvidando que nosotros, los sarmientos, si no están unidos a la vid, se secan y no dan ningún fruto. Un mundo en el que Dios, la vid verdadera, está desplazado, lo cual que trae como consecuencia todas las situaciones negativas que estamos atravesando y que no vienen de Dios: guerra, hambre, conflicto, odios.  Hoy el Señor nos invita a eso, a reconocer que necesitamos de Dios, que sin él no podemos nada, que debemos estar unidos a él para dar frutos de amor, justicia y paz, que tanto necesitamos.

Nosotros, en este tiempo de pascua, nos convertimos en mensajeros de la esperanza, ya que hoy el Señor nos envía a ser testigos de su resurrección, a anunciar a los demás que Él vive, que está junto a nosotros, que comparte nuestra mesa, que nos habla por medio de su palabra, que nos perdona los pecados, que nos da la vida eterna, que permanece siempre con nosotros. Nos envía a transmitir a los demás esa savia buena que hemos recibido al estar unidos a la vid verdadera que es Cristo a tantas personas que todavía no le conocen. Y eso lo podemos hacer solo si estamos unidos a él. Eso fue lo que pasó con los apóstoles, pues supieron reconocer que sin Jesús no podían hacer nada, que él les había dado la encomienda de comunicar a los demás la Buena Noticia de la resurrección, para que todo el mundo se uniera a Jesús, la vid verdadera. Y a pesar de las persecuciones, a pesar de las vicisitudes de la vida, incluso a pesar de que fueron martirizados, por permanecer unidos a la vid, dieron mucho fruto y su fruto permanece, y nosotros, que hemos recibido el Evangelio, la Palabra de Dios, gracias a la predicación de los apóstoles, somos testigo de ello.

Es lo que podemos ver con Pablo en la primera lectura, el cual, luego de haberse encontrado con el Señor cara cara, de hacer un proceso de conversión hasta unirse a él por el bautismo, supo comprender cuál era su misión, y comenzó a predicar el Evangelio de Jesucristo de tal manera que, como nos dice al final de la lectura, esa Iglesia gozaba de paz, se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor y se multiplicaba animada por el Espíritu.

Hermanos gracias a la acción del Espíritu nosotros podemos permanecer unidos a la vid, que es Cristo, gracias la acción del Espíritu nosotros podemos permanecer unidos en el amor de Dios. Gracias a la acción del Espíritu Santo nosotros podemos desarrollar la misión que el Señor nos ha encomendado. Y la clave de todo nos la da san Juan en la segunda lectura: «quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él». Para permanecer en Dios, para estar unidos a Dios debemos cumplir sus mandamientos, y su mandamiento es este «que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó». Dios, hermanos, nos ama tanto que nos cuida, nos protege, nos poda como el labrador poda los sarmientos para que den mejor fruto. Así como el Señor actuó con el pueblo de Israel, sigue actuando con nosotros: nos guía, nos alimenta, nos corrige, nos da la vida. Ahora nos invita a nosotros a hacer lo mismo, a amar a los demás como Él nos ha amado.

Pidamos al Señor que nos ayude a permanecer siempre unidos a Él, a reconocerle como nuestro Dios y Señor para que, amando a los demás, podamos dar fruto abundante. Que María nuestra madre, que estuvo siempre unida a Jesús, nos enseñe a descubrir en muestra vida que, sin el Señor no podemos hacer nada, y que solamente unidos a él, podemos dar fruto abundante.

P. Edwin José De la Cruz Quezada, OSA.

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