Agustinos
Homilía

Homilía

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (C)

(12 de octubre de 2025)

SOLO UNO VUELVE A DARLE GRACIAS

En las lecturas de este domingo todo gira alrededor del agradecimiento. La primera lectura nos presenta el episodio de Naamán, el sirio. Naamán, a través de una pobre esclava tiene conocimiento de un profeta que le puede curar la lepra. El general va con toda su magnificencia al encuentro del profeta, pero el profeta Eliseo no le recibe, únicamente le dice que se lave en el agua del Jordán. Naamán se rebela, pues esperaba algo más espectacular. Sólo después de que otros siervos le aconsejen que cumpla lo que le ha mandado el profeta, se produce la curación y su conversión. A veces Dios se manifiesta en las cosas más sencillas y nosotros no nos percatamos de su presencia porque seguimos esperando verle u oírle en otras cosas más grandiosas.

La historia de los diez leprosos del evangelio de este domingo presenta a Jesús curando a diez leprosos, de los cuales sólo uno, samaritano y por tanto extranjero, vuelve a darle las gracias. El Señor le dice:  «Levántate, vete:  tu fe te ha salvado«.

El Papa Benedicto decía que esta página evangélica nos invita a una doble reflexión, ya que nos permite pensar en dos grados de curación:  uno, más superficial, concierne al cuerpo; el otro, más profundo, afecta a lo más íntimo de la persona, a lo que la Biblia llama el «corazón», y desde allí se irradia a toda la existencia. La curación completa y radical es la «salvación». Incluso el lenguaje común, distinguiendo entre «salud» y «salvación», nos ayuda a comprender que la salvación es mucho más que la salud; en efecto, es una vida nueva, plena, definitiva. Según esta preciosa interpretación del Papa Benedicto, sólo el samaritano quedó curado plenamente en cuerpo y alma.

Por eso Jesús pronuncia la expresión:  «Tu fe te ha salvado«. Es la fe la que salva al hombre, restableciendo su relación profunda con Dios, consigo mismo y con los demás; y la fe se manifiesta en el agradecimiento. Sólo uno ha comprendido la verdadera salvación, por eso acude a dar gracias al Señor. Este agradecimiento a Dios lo vivimos cada día en la Eucaristía (acción de gracias).

El agradecimiento a Dios y a los hermanos tiene que formar parte de nuestras vidas. Dice una expresión castellana que “de bien nacidos es ser agradecidos”. Este agradecimiento debe formar parte de nuestra vida, pues la vida es un don que hay que agradecer continuamente. Dicen que Pablo VI en su agonía pronunció estas tres palabras: gracias, muchas gracias. Con esta frase el Papa resumía su vida, pues siempre entendió la vida como un don, como un regalo, como un agradecimiento.

Cuando Miguel Ángel concluyó de tallar la piedad, alguien le preguntó que por qué había hecho más joven a la madre, a María, que a su hijo Jesús. Miguel Ángel respondió que las almas vírgenes son siempre jóvenes. Y no se refería a la virginidad física, sino a esa virginidad interior de quienes se han entregado a un amor o a una causa y lo han hecho con alegría y agradecimiento a Dios. Pidámosle a la Virgen María que no nos falte el don de agradecer siempre a Dios y a los demás lo que hacen por nosotros.

En la segunda lectura San Pablo nos recuerda que la palabra de Dios no está encadenada… Es doctrina segura: si morimos con él, viviremos con él. San Pablo tenía el cuerpo encadenado, pero su espíritu era libre, porque estaba lleno del espíritu de Cristo. Como sabemos, San Pablo llega a decir que no es él realmente el que vive, sino que es Cristo quien vive en él. Este divino espíritu de san Pablo es el que debemos pedir nosotros todos los días a Dios. ¡Ser libres de espíritu! Socialmente pueden encadenarnos, las tentaciones y dificultades de la vida pueden pretender encadenar, hasta cierto punto, nuestro cuerpo, las enfermedades corporales también pueden encadenar en cierto modo el cuerpo, pero el verdadero cristiano siempre será una persona libre. Libre para anunciar con nuestra palabra y con nuestra conducta el evangelio de Jesús, el reino de Dios. Y, si vivimos así, con Cristo, también moriremos y resucitaremos con Él.

Rafael

Nuestra Señora del Pilar

Preámbulo de fiesta de hoy

Dicen los entendidos que en el siglo IV ya hay presencia mariana en Zaragoza, concretamente en el sarcófago de Santa Engracia en el que encontramos unos bajorrelieves que representan a la Virgen María apareciéndose al Apóstol Santiago. Posteriormente, cuando en el año 714 los musulmanes llegan a Zaragoza, encuentran en la ciudad un templo dedicado a la Virgen.

Pero es sobre todo en el códice Moralia in Job de Gregorio Magno, en el siglo XIII, donde se habla de la raíz que subsiste en esta tradición pilarista de nuestro país. Narra este texto la aparición, a orillas del río Ebro, de la Virgen María en carne mortal, consolando al Apóstol y alentándolo en su ardua labor evangelizadora. Esta embajada de María, como misionera de la fe en su Hijo, constituirá el primer núcleo de la Iglesia de nuestro país y el epicentro de la progresiva evangelización de toda la península.

Estos son algunos de los antecedentes, pero en esta fiesta, principalmente, conmemoramos la importancia que ha tenido en nuestra patria la predicación del evangelio de Cristo, desde tiempos muy cercanos a la vida del Señor. Lo que la fiesta de verdad nos dice es que el pilar sobre el que se apoya nuestra fe cristiana es realmente el mismo Cristo y que la Virgen María, apoyándose en Cristo, ha contribuido muy eficazmente a la evangelización cristiana de la península ibérica y de América.

Hoy la Palabra de Dios pone de manifiesto el significado que la Virgen del Pilar tiene para los creyentes.

María es el arca de la nueva Alianza

La primera lectura nos recuerda que, igual que el Arca de la Alianza era el lugar de la presencia de Dios en medio del pueblo elegido en su peregrinaje por el desierto, así también María, la Virgen del Pilar, es el Arca de la Nueva Alianza por ser la Madre de Dios. María es un signo preclaro de la presencia de Dios en el mundo, en medio del pueblo cristiano y, por ello, motivo de gozo para la Iglesia.

María es dichosa porque es la primera que escucha la Palabra de Dios y la cumple.

Si en la primera lectura se habla del Arca de la Nueva alianza, en el Evangelio Jesús alaba a los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Este escuchar y cumplir es la respuesta que dio Jesús a la mujer que, llena de entusiasmo, gritó en medio de la multitud: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste”. No fue una respuesta negativa, ni mucho menos, despectiva; fue una respuesta aclarativa. Claro que la Virgen María debía considerarse dichosa por haber dado a luz y amamantado a su hijo Jesús, pero la verdadera dicha, la que Dios más apreciaba en ella, era la que le venía por haber dicho sí a las palabras del ángel y por haber sido después la primera discípula y seguidora del Cristo Redentor. María es bienaventurada por ser la Madre de Dios, por haberlo llevado en su vientre. Pero lo es, sobre todo, por haber creído a Dios y en Dios: creyó que aquél que llevaba en su seno era el Hijo de Dios, creyó en su Palabra y la tradujo en obras.

María se convierte de esta forma en pilar de la Iglesia; en torno a ella va creciendo el pueblo de Dios. La fe y la esperanza de la Virgen alientan a los cristianos en su esfuerzo por edificar día a día el Reino de Dios, siendo testigos de su amor. Ella nos enseña lo que significa ser humildes, condición básica para acoger ese Reino.

A nosotros se nos invita a escuchar y acoger la Palabra de Dios

No solo a María, también a nosotros se nos invita a escuchar y acoger su Palabra, a avivar nuestra fe, a llevar una vida coherente con el Evangelio. El Señor nos invita a renovar nuestra fe y nuestra vida cristiana, personal y comunitaria.

El creer es un don que debe hacernos felices, dichosos, porque creer en Dios es sentirnos acogidos por él, vivir en él, con él y por él. Si no creemos en Dios puede que nos encontremos solos ante la inmensidad insondable del universo, y puede que ni nos preguntemos de dónde venimos y a dónde vamos.

María creyó en Dios, se fio de Dios, aunque racionalmente no acertaba a comprender lo que le estaba sucediendo. La fe tiene siempre algo de apuesta, de decisión personal, de acogimiento de un misterio que no entendemos racionalmente, pero que amamos con el corazón. No en vano decía Pascal que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Pidamos la intercesión de la Virgen del Pilar para poder escuchar y acoger la Palabra de Dios en nuestras vidas.

Rafael