La Basílica ocupa la parte central de todo el conjunto arquitectónico del Monasterio, y en torno a ella se articulan las demás dependencias.
El templo fue realizado por Juan de Herrera. Es una obra maestra de la arquitectura española del Renacimiento. La Basílica, con planta de cruz griega, forma un cuadrado de 50 metros de lado y está dividida por tres naves cubiertas con bóveda de cañón, separadas por cuatro enormes pilares dóricos de 8 metros de lado cada uno y decorados con dos filas de pilastras dóricas; sobre ellos se levanta el granítico cimborrio circular de 17 metros de diámetro y 92 metros de altura, inspirado en la cúpula del Vaticano, con tambor sobre pechinas y ocho grandes ventanales. Un gran pasadizo recorre el perímetro interior, a considerable altura, desde donde se puede dominar la extensión y magnificencia de la nave central, la maravilla del altar mayor y los detalles de las pinturas de las bóvedas.
El Concilio de Trento exige que las iglesias sean de cruz latina; para resolver el problema se añade a la cabecera de la nave central la capilla mayor con su presbiterio y retablo, y en la entrada, el coro bajo con su bóveda plana y sobre ella el coro alto, de manera que la Basílica llega a tener forma de cruz latina. La Basílica está realizada en sillería de granito, el pavimento es de mármol blanco y gris.
Además del altar mayor, cuenta la Basílica con otros cuarenta altares menores para la celebración eucarística. Cada uno está formado por la mesa de altar y un cuadro que hace de retablo. En las distintas pinturas pueden contemplarse una serie de santos y santas: apóstoles, doctores, mártires, vírgenes…; de todos ellos, treinta y seis se presentan con parejas de santos. Las pinturas se encomendaron a artistas españoles: Juan Fernández Navarrete (El Mudo), Diego de Urbina, Alonso Sánchez Coello y Luis de Carvajal. El motivo de tanto altar se debe a la previsión de Felipe II, quien además de la construcción del Monasterio, estableció también que se celebraran gran cantidad de misas rezadas y cantadas por su eterno descanso y el de toda su familia.
La lámpara y los púlpitos en mármol y bronce dorado pertenecen al reinado de Fernando VI. El púlpito del evangelio presenta los medallones de los cuatro evangelistas, el escudo real y remata con una matrona, símbolo de la religión. Los medallones del lado de la epístola son de los cuatro doctores de la Iglesia, el escudo del rey y la matrona que representa la fe.
Se diferencia del resto de la Basílica por la riqueza de sus materiales. Doce gradas de mármol rojo –donde se sitúa actualmente el altar mayor– separan el presbiterio del resto de la Basílica, más otras siete gradas sobre las que se sitúa el altar primitivo. El panteón de reyes se encuentra situado exactamente debajo del primer plano. El motivo de elevar tanto el altar era para que pudiera ser visto desde cualquier punto de la Basílica, especialmente desde el coro.
A ambos lados del Altar Mayor de la Basílica, sobre las habitaciones de Felipe II y su hija Clara Eugenia, se encuentran los Cenotafios Reales (”monumento funerario en el que no está el cadáver del difunto a quien se dedica”). Los dos conjuntos son grupos escultóricos orantes con las manos juntas, mirando hacia el altar, en bronce dorado, con esmaltes y obra de Pompeyo Leoni. El del lado del evangelio representa al emperador Carlos V, vestido con armadura y amplio manto en el que destaca el águila bicéfala, su esposa, Isabel de Portugal, María de Austria y Leonor de Francia, hermanas del emperador. Detrás, varias inscripciones alusivas a los personajes representados. Remata este cuerpo con el escudo imperial, rodeado por el collar del Toisón de Oro.
La misma estructura sigue el otro grupo escultórico colocado en el lado de la epístola. Está encabezado por la escultura de Felipe II, vestido también de armadura y manto, acompañado por Ana de Austria, su cuarta esposa, Isabel de Valois, su tercer esposa, el príncipe Carlos y la primera esposa del Rey, María de Portugal. Igualmente las paredes están cubiertas de inscripciones latinas y remata todo el conjunto con el escudo del Rey Felipe II y el Toisón de Oro.
Los dos grupos escultóricos se alojan bajo un arquitrabe con frontón triangular con columnas de orden clásico.
En la cabecera de la capilla mayor encontramos el retablo mayor y el tabernáculo. El retablo es un conjunto arquitectónico, escultórico y pictórico excepcional, de unas características muy clásicas y sobrias. Fue diseñado por Juan de Herrera; en él trata de exaltar los dogmas católicos siguiendo los principios de Trento, dogmas que eran negados por el protestantismo. Está realizado en mármoles y jaspes de colores, bronce dorado al fuego y pinturas al óleo sobre lienzo. La arquitectura del retablo se ajusta al modelo romano con columnas de los distintos órdenes clásicos superpuestos en distintos niveles; distribuyendo calles para las ocho pinturas y las quince hornacinas para las esculturas de santos, la Virgen y el Crucificado.
Mide 14 m. de ancho por 26 m. de alto El primer cuerpo, formado por seis columnas dóricas y estriadas, sostiene un arquitrabe. En el centro del retablo se sitúa el tabernáculo para custodia de la eucaristía. La presencia de Cristo en la tierra está simbolizada por dos óleos de Pellegrino Tibaldi: “La adoración de los pastores” y “La adoración de los Reyes Magos”. Las esculturas representan a los cuatros Padres de la Iglesia occidental: San Gregorio Magno, San Ambrosio, San Agustín y San Jerónimo. Son de Pompeyo Leoni.
El segundo cuerpo los forman seis columnas jónicas estriadas de mármol rojizo, que sostiene un arquitrabe. Las pinturas son símbolos de la pasión de Cristo y el culto a los santos. El cuadro central representa “El martirio de San Lorenzo”, de Peregrino Tibaldi, y a los lados “La flagelación” y “Jesús con la cruz a cuestas”, de Federico Zuccaro. Las esculturas de los cuatro evangelistas acompañados por sus símbolos son de Pompeyo Leoni.
El tercer nivel con columnas de orden corintio sostiene también un arquitrabe y está concebido como símbolo de la gloria. “La Asunción de la Virgen”, en el centro, y a los lados “La resurrección” y “Venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles”, de Federico Zuccaro. Las dos esculturas laterales son de Pompeyo Leoni y representan a Santiago, y san Andrés, apóstoles.
El último cuerpo remata en un ático de orden compuesto. El conjunto escultórico representa el Calvario, Cristo crucificado en el centro, la Virgen y san Juan. Las esculturas laterales representan a san Pedro y san Pablo, pilares de la Iglesia. La última imagen lleva la firma del autor: Pompeius Leoni (fecit) 1588.
Para evitar el efecto óptico contrario, el tamaño de las esculturas va creciendo de abajo hacia arriba.
El tabernáculo, donde se guardan las sagradas formas, es una obra única en su género. Está situado en el centro del primer cuerpo del retablo mayor y es el punto de mayor expresividad y simbolismo, y hacia donde confluyen todas las miradas. Está iluminado a contraluz desde el Patio de Mascarones, característica que influirá en los transparentes españoles del Barroco.
El tabernáculo es una joya insuperable, diseñada por Juan de Herrera y realizada por el orfebre italiano Jacomo da Trezzo; siete años tardó en su realización. Tiene la forma de templete circular de orden corintio, realizado en mármoles y jaspes de diferentes colores enmarcados en bronce dorado al fuego y rematado por una cúpula, tiene un rico zócalo de jaspes como base y sobre él se levantan ocho columnas del mismo material. Los cuatro evangelistas colocados en los intercolumnios del templete sirven como decoración escultórica. Sobre la cornisa están colocados ocho apóstoles, y la figura de el Salvador remata el cupulín. Estas pequeñas esculturas también son obra de Leoni. Las dos puertas que dan acceso a la parte posterior del tabernáculo son de caoba forradas de jaspes de colores.
Cuatro escenas del Antiguo Testamento, pintadas por Tibaldi, decoran el pequeño espacio que hay detrás del Tabernáculo, están pintadas con una técnica que hoy bien pudiéramos llamar ”técnica puntillista”. Son escenas simbólicas, alusivas a la eucaristía y representan: la recogida del Maná, el abrazo de Abrahán y Melquisedec, el encuentro de Elías con el ángel y el rito del cordero pascual. En la bóveda, el mismo pintor plasma el arco iris flanqueado por cabezas de querubines.
El Monasterio de El Escorial es un gran relicario. El Concilio de Trento mandaba que se diera honor a las reliquias de los santos y santas que en vida fueron miembros vivos del mismo Cristo, y que un día resucitarán. Felipe II, persona muy devota, siguiendo la doctrina conciliar, se esforzó en dotar al Monasterio de una de las colecciones de reliquias más ricas del mundo católico, especialmente de santos españoles. La mayoría de las reliquias son huesos humanos y se guardan en los respectivos relicarios.
Los relicarios adoptan las más variadas formas, según la parte del cuerpo del santo que contenga: busto o cabeza parlante, brazos… o arquetas; son traza de Herrera y en su mayoría fueron labrados por el platero Juan de Arfe Villafañe, la policromía corre a cargo de Fabrizio Castelo.
Las reliquias se guardan sobre varias baldas en los altares construidos a tal efecto en la cabecera de las naves laterales, altar de san Jerónimo, que contiene las reliquias de santos, y el de la Anunciación, las reliquias de santas. Ambos altares, pintados por Federico Zuccaro, son trípticos que permiten abrirse por delante para la contemplación y el culto; también pueden abrirse por detrás para tener acceso a las reliquias.
En la primera etapa del Monasterio, solamente se pintaron al fresco las bóvedas del presbiterio y del coro, ambas pintadas por el italiano Luca Cambiaso. Las otras bóvedas quedaron cubiertas de estuco blanco hasta la época de Carlos II, un siglo después, y fueron pintadas por Lucas Jordano.
El tema escogido por Cambiaso para la pintura del presbiterio es la Coronación de la Virgen, coronada por el Padre y el Hijo; el Espíritu Santo aparece en forma de paloma sobre la cabeza de la Virgen. Los cuatro profetas mayores acompañan también a la figura de la Virgen. La composición tiende a la simetría. Las figuras son de gran claridad y nitidez, dibuja un contorno muy definido. El colorido está aplicado mediante grandes masas de color uniforme y el fondo azul ultramar, traído directamente de Italia.
La bóveda del coro es también obra de Luca Cambiaso, sigue las mismas características en colorido y forma que la bóveda del presbiterio. La pintura ocupa toda la bóveda de cañón. El tema es la Gloria. En el lugar más alto coloca a la Santísima Trinidad sobre un foco de luz, y un cubo a los pies de Dios Padre y Dios Hijo, que, probablemente simbolice la perfección, estabilidad, firmeza y solidez de la Iglesia. La Virgen aparece un peldaño por debajo para simbolizar que es la mediadora entre Dios y los hombres. Más abajo sitúa el coro apostólico, alineado rigurosamente para no crear una composición complicada; se pretende el máximo orden para una visión más clara y jerarquizada. Por debajo de los apóstoles, una corte celestial de papas, sacerdotes, nobles, santos, militares, y toda una gloria de ángeles en alabanza a la Santísima Trinidad. Se distingue por los hábitos o insignias que nos hablan de su vida. A los lados están los ángeles músicos. En una de las esquinas aparecen asomándose a la Gloria Fr. Villacastín y el mismo pintor.
Las pinturas al fresco de las demás bóvedas son obra del pintor italiano Luca Giordano (Lucas Jordán), realizadas entre 1692 y 1694. Ha pasado un siglo desde que se realizaron las bóvedas del coro y del presbiterio. Estamos en plena época barroca. A simple vista se notan otras características de volumen, profundidad, movimiento, escorzos, las figuras ya no están colocadas simétricamente. Entre la temática representada encontramos el “Juicio Final”, “Muerte, Sepultura y Asunción de la Virgen”, “Alegoría sobre la Inmaculada”, “Victoria de los israelitas sobre los amalecitas”; el “Juicio de san Jerónimo”, “La Anunciación”, “La Concepción”, “El Nacimiento de Jesús” y “La Adoración”, “Los Israelitas viajando por el desierto” y “El triunfo de la Iglesia militante”.
El coro es la pieza fundamental en la vida de los monjes. Es desde donde mejor se percibe la grandeza de la Basílica y de la capilla mayor. Como era tradicional en los monasterios españoles, está colocado en alto, sobre el bajo coro, en un recinto de 14 metros de ancho por 26 de largo. En el centro del coro, está el facistol (atril giratorio donde se colocaban los cantorales para el canto), diseñado por Juan de Herrera. Tiene más de cuatro metros de altura y pesa unas 30 toneladas. Su forma es de pirámide truncada, hecho de madera de ácana y bronce dorado, remata en un bello templete en forma de cruz griega y en el interior hay una pequeña estatua de la Virgen, atribuida a la Roldana. El templete está rematado por un crucifijo.
La sillería, dividida en dos tramos, está compuesta de 124 asientos, muy sencillos, idénticos los de ambos cuerpos. Sobre los tramos de los del piso superior corre una cornisa y un friso, apoyados sobre columnas corintias acanaladas. El diseño es de Juan de Herrera y la ejecución del ebanista italiano Giuseppe Flecha. En el tramo superior destaca el asiento prioral por su riqueza arquitectónica, por el lienzo del Nazareno de Sebastián del Piombo, de fines del siglo XVI y por una pequeña imagen de san Lorenzo. El coro está iluminado por amplios ventanales que dan al Patio de Reyes.
Como dato curioso, en el ángulo izquierdo está el asiento -un poco más ancho que los demás- que ocupaba Felipe II cuando asistía a los oficios religiosos. Una pequeña puerta, hoy tapiada, le permitía el acceso discreto a los rezos.
Las paredes laterales están decoradas con pinturas de Lucas Cambiasso (Luchetto) y Rómulo Cincinnati y representan distintos episodios de la vida de san Lorenzo (patrono del Monasterio) y san Jerónimo (padre fundador de los jerónimos, bajo cuyo cuidado estaba el Monasterio); en el frontal, se representan nuevamente a estos dos santos y la Anunciación. Otros espacios se decoran con figuras en forma de matronas que representan la fe, la Iglesia y las cuatro virtudes cardinales: (prudencia, justicia, fortaleza y templanza). Su autor es Luchetto.
Del centro de la bóveda del coro cuelga una magnífica lámpara de cristal de roca, donada por Carlos II al Monasterio.
Sacristía del Monasterio
Es una sala abovedada, de 30 x 9 x 11 metros, situada junto a la Basílica. Su función es la de servir a los sacerdotes de lugar donde revestirse con los ornamentos litúrgicos. También cumple el papel de depósito de dichos ornamentos y de los vasos sagrados que se emplean en las ceremonias religiosas.
En el centro de la cajonería donde se guardan los ornamentos sagrados, se encuentra un hermoso espejo de cristal de roca, regalado a la sacristía del Monasterio por la reina Dña. Mariana de Austria, madre del rey Carlos II. La bóveda de la sacristía está decorada con pinturas de estilo pompeyano realizadas por Nicolás Granello y Fabricio Castello.
Sin perder su función normal, la sacristía fue destinada, en el siglo XVII, a albergar a la Sagrada Forma, por lo que fue enriquecida con la construcción de un hermoso retablo de mármol, jaspe y bronce dorado al fuego, en su testero sur.
Sagrada Forma
Es una forma considerada milagrosa por haber brotado de ella sangre, a consecuencia de los agujeros ocasionados por los clavos de la bota de un pie. Ocurrió en la población holandesa de Gorkum o Gorinchem –bajo los dominios del rey de España–, en junio de 1572, cuando unos seguidores de Zwinglio entraron en la iglesia y profanaron las formas consagradas. De una de ellas, perforada por los clavos de la bota, brotaron unas gotitas de sangre que dejaron un cerco rojizo –que aún hoy puede verse– alrededor de los agujeros.
El profanador recogió la forma milagrosa y la entregó al rector de la iglesia. Ambos huyeron a la ciudad de Malinas, que permanecía fiel a la fe católica, donde se refugiaron en un convento de frailes franciscanos.
Por conducto de la corte imperial, emparentada con la familia real española, la Sagrada Forma le fue entregada, a principios de 1594, a Felipe II, que reunía reliquias de santos para la Basílica. El Rey Prudente mandó depositarla en el relicario de la Anunciación, situado en la cabecera de la nave del evangelio, hasta recabar nuevos informes de autenticidad, que probablemente no llegaron. Aquí permaneció hasta el año 1684, en que fue trasladada por primera vez a la sacristía. Los seis años que se tardó en construir el altar actual, estuvo en el tabernáculo de la capilla mayor de la Basílica.
Altar de la Sagrada Forma
El llamado altar de la Sagrada Forma, dicho con más propiedad retablo, se debe, en su traza y ejecución artística a José del Olmo, y a Francisco Filipini en la decoración de bronce.
Consta de dos cuerpos con un transparente en la parte central, cubierto por el cuadro de Claudio Coello. En total, el retablo mide 9 m. de ancho por 7,50 de alto. En el centro, se sitúa el altar. A ambos lados de éste, hay dos puertas de maderas finas con adornos de concha y bronce dorado al fuego. En el cuerpo alto del retablo, a ambos lados, hay dos medallones de mármol blanco enmarcados en jaspe, que narran (el de la izquierda según se mira al altar) el acto de la profanación de las formas consagradas, de las cuales se resalta una, que tiene tres orificios y de la que brotan unos rayos de luz; y, en el medallón de la derecha, se da cuenta de la toma de hábito del profanador convertido en religioso franciscano.
Sobre los dinteles de las puertas, se forman dos nichos rematados en arco de medio punto, que narran historias relacionadas con la Sagrada Forma. El de la izquierda según se mira al altar, representa una procesión con la Sagrada Forma, que un obispo entrega a Rodolfo II, emperador de Alemania. En el de la derecha, el agustino P. Martín de Guzmán, como mediador de Dña. Margarita de Cardona, entrega la Sagrada Forma a Felipe II.
Cuadro de la Sagrada Forma
Cumple la función de velo del tabernáculo, pudiendo bajarse completamente al piso de abajo, sin necesidad de enrollar el lienzo, por la acción de un sencillo mecanismo de torno. Al mismo tiempo, ha dejado inmortalizado el primer traslado de la Sagrada Forma el 19 de octubre del año 1684, del relicario de la Anunciación a la sacristía. Claudio Coello realizó su obra maestra, que es una de las obras más logradas de la pintura española del siglo XVII.
Es una espléndida galería de retratos; representa de modo magistral el espacio, logrando que el cuadro produzca el efecto de espejo en que se refleja la sala de la sacristía; muestra el sentimiento religioso con sinceridad, y hace gala de fuerza en el color y corrección en el dibujo. La escena del cuadro recoge el momento en que el P. Francisco de los Santos bendice con la Sagrada Forma, situada dentro de la custodia, a los asistentes a la procesión, destacando el rey Carlos II, de rodillas en un reclinatorio, rodeado por detrás de nobles; de frente se encuentra la comunidad de monjes jerónimos, acompañada en el canto con el organillo de plata de Carlos V; en el ángulo inferior izquierdo del cuadro, dejó el pintor su autorretrato, de perfil, sin peluca y con patillas largas.
Camarín de la Sagrada Forma
Es una pequeña capilla de 6,40 x 2,60 m., revestida en su totalidad de jaspes y mármoles de variados colores. Al bajar el cuadro de Coello, queda al descubierto un precioso crucifijo de Tacca, sostenido por dos ángeles, todo ello de bronce dorado al fuego. El templete actual, de estilo gótico, fue diseñado por Vicente López, e iniciado en 1829 por Ignacio Millán, en bronce dorado al fuego, y terminado por Francisco Pecul en 1854.
El Cristo de Benvenuto Cellini, situado en la capilla de los Santos Padres, a la izquierda de la Basílica, es obra de uno de los escultores más sobresalientes del manierismo, tanto en mármol como bronce, y una de las maravillas que se conservan en el Monasterio. El Cristo es una pieza escultórica única en su género, cincelada en mármol blanco de Carrara sobre una cruz de mármol negro también de Carrara, superpuesta sobre otra de madera. Fue regalo del gran duque de la Toscana Francisco I de Medici, en 1576 al rey de España, Felipe II, y enviada desde Florencia al Monasterio de El Escorial.
Es un Cristo sugerente, idealista, contenido; ofrece la imagen divina a través de formas bellas y elegantes del Renacimiento. Es un cuerpo de tamaño natural, 184 centímetros de altura y 186 centímetros de envergadura, La anatomía está realizada con un gran realismo y completamente desnudo, hoy cubierto con un paño de pureza. La cabeza del Cristo, sin corona de espinas, inclinada hacia la derecha deja entrever la tragedia de la muerte, es una cabeza bella en extremo, llena de finura, la barba muy cuidada, el pelo en mechones estructurados en dos partes, la comisura de los labios deja entrever unos dientes esculpidos. La mirada del espectador recorre todo el cuerpo para centrarse en la cabeza.
Pasada la puerta principal del Monasterio, entramos en el Patio de los Reyes, de 64 x 38 metros. Al fondo nos encontramos con la fachada principal de la Basílica formada por seis columnas dóricas, entablamento, un frontón triangular como remate y flanqueada por dos torres-campanario.
Sobre el entablamento, las figuras de los reyes; representan a los reyes que participaron en la construcción o reconstrucción del templo de Jerusalén: David, Salomón, Ezequías, Josafat, Josías y Manasés. Son obra del escultor Juan Bautista Monegro. Las esculturas miden 5 metros de altura, son de piedra berroqueña y las cabezas y manos están hechas en mármol blanco. Los atributos reales y las coronas, en bronce.