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Homilía

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Solemnidad de la Santísima Trinidad (Ciclo C)

(15 de junio de 2025)

UN MISTERIO DE AMOR

Concluido el tiempo pascual, el domingo pasado con Pentecostés, la liturgia regresa al “tiempo ordinario”. El tiempo ordinario, dice el Papa Benedicto XVI, no reduce nuestro compromiso cristiano, nos abre diariamente a la acción de la gracia divina, para progresar en el amor a Dios y al prójimo, y nos hace estar atentos a lo que Dios quiere de cada uno de nosotros en cada momento concreto.

Comenzamos este tiempo con la fiesta de la Santísima Trinidad, y ya ven que, desde esta mañana al levantarnos, y en nuestra oración, la tenemos presente al hacer el signo de la cruz. A propósito del signo de la cruz, Romano Guardini, afirma“La hacemos antes de la oración, para que… nos ponga espiritualmente en orden; concentre en Dios pensamientos, corazón y voluntad; después de la oración, para que permanezca en nosotros lo que Dios nos ha dado … Esto abraza todo el ser, cuerpo y alma, … y todo se convierte en consagrado en el nombre del Dios uno y trino”

Este misterio que celebramos hoy está más allá de nuestra capacidad humana de entender, de hecho, en el evangelio se dice: Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena y esa verdad plena la veremos en la otra vida.

Los misterios no se pueden explicar nunca del todo racionalmente; los misterios se creen, no se explican. Los creyentes creemos y adoramos los misterios, guiados por la fe y por el amor al Dios que nos los ha revelado.  La fe nos dice que Dios es nuestro Padre, que Jesucristo es su Hijo, de la misma naturaleza del Padre, y que el Padre y el Hijo están unidos por una eterna corriente de amor, a la que llamamos Espíritu Santo. El Padre es amor al Hijo, el Hijo es amor al Padre, y el Espíritu Santo es el amor entre el Padre y el Hijo. En este sentido debemos decir, con san Juan, que Dios es el mismo Amor cuando es Padre y cuando es Hijo y cuando es Espíritu Santo. Dios siempre es Amor.

Por consiguiente, si nosotros queremos vivir el misterio de la Santísima Trinidad, sólo podemos hacerlo a través del amor.

Si vivimos en el amor de Dios, vivimos en Dios, aunque unas veces le llamemos Padre, otras Hijo y otras Espíritu Santo. Lo llamamos Padre cuando nos referimos a Dios como nuestro Creador, le llamamos Hijo cuando nos referimos a Dios como a Jesucristo, y le llamamos Espíritu Santo cuando nos referimos a Dios como Amor.

Este Dios amor, decía el Papa Francisco, hay que mostrarlo a través del testimonio de vida y añadía que hemos conocido muchas personas buenas, generosas, mansas…que al recordar su manera de pensar y actuar sin duda tenemos un reflejo del Dios-amor. Por tanto, el amor de Dios no es un amor que se queda clausurado dentro del Dios Trinidad, sino que es un amor expansivo que se derrama sobre todas sus criaturas. Todos nosotros somos criaturas de Dios y Dios nos ama, porque es Amor. Por eso, todo el que vive en el amor de Dios vive en Dios, en el único Dios, en un Dios que es Trinidad. Y todos tenemos la obligación de extender ese amor de Dios con nuestro vivir diario.

Creemos en un Dios familia, un Dios comunidad, un Dios amor

Yo creo que el principal mensaje de este misterio es que el Dios en el que nosotros creemos es un Dios familia, un Dios comunidad, un Dios amor. Nuestro Dios no es un individuo aislado e incomunicado, como una isla remota e inaccesible. Es un Dios católico, es decir, universal. Por consiguiente, si nosotros queremos entender algo de este misterio, sólo podremos hacerlo entendiendo a Dios como amor. Y si nosotros queremos entender vivencialmente algo de este misterio, sólo podremos hacerlo viviendo en el amor de Dios. Un católico no puede ser una persona egoísta, que sólo piensa en sí mismo, porque entonces no está creyendo en un Dios Trinitario. El individuo, y la familia cristiana, debe tener como ideal vivir creyendo y amando a un Dios que es, en sí mismo, una familia.

Este, creo yo, que es el principal mensaje que nos dice a nosotros la fiesta que hoy estamos celebrando. En el delicioso relato de “El Principito”, A. de Saint Exupéry hace esta admirable afirmación: “Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”. Es una forma bella de exponer la intuición de los teólogos medievales: “Ubi amor, ibi est oculus”: “donde reina el amor, allí hay ojos que saben ve”. San Agustín lo había dicho de un modo más directo: “Si ves el amor, ves la Trinidad”. La trinidad es un misterio de amor, que también nosotros tenemos que vivir.

Y lo debiéramos vivir desde el bautismo, pues bautizar a una persona con un bautismo cristiano es bautizarla en un Dios amor, en un Dios que es familia, que es comunidad. En este bautismo nos bautizaron a todos nosotros cuando éramos muy pequeñitos; renovemos hoy conscientemente nuestro bautismo. Creemos en un Dios trinitario, en un Dios amor, fuimos bautizados en un Dios trinitario, en un Dios amor; pues hagamos hoy el propósito de vivir en el amor. Sólo así podremos celebrar con responsabilidad cristiana esta fiesta del misterio de la Santísima Trinidad.

La puerta de acceso a este misterio de amor es solamente la fe

Por otra parte, en la carta a los romanos San Pablo nos recuerda que La puerta de acceso a ese misterio de amor, es solamente la fe. El Espíritu Santo es el encargado por el Padre para mantener la conciencia de los creyentes en Jesús despierta y atenta, y afirma que esta experiencia de Dios como Padre, conseguida por el Hijo y reafirmada constantemente por el Espíritu, es una experiencia de libertad y de esperanza. El Espíritu ha recibido el encargo de parte del Padre de mantener en la conciencia de los creyentes viva y operante esta libertad de los hijos, que el Hijo nos consiguió por su muerte y resurrección.

Como vemos, la formulación de san Pablo quiere dejar clara la iniciativa divina. Esto ha ocurrido porque Dios nos “ha amado” y nos ama.

Rafael