Agustinos
Homilía

Homilía

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (Ciclo B)

(24 de marzo de 2024)

(Is 50,4-7; Sal 21; Flp 2,6-11; Mc 14,1-15,47)

¡Bendito el que viene en nombre del Señor! (Mc 11,10) – Crucifícalo (Mc 15,13)

Iniciamos solemnemente la Semana Santa. La liturgia de hoy tiene dos partes muy diferenciadas, la bendición de los ramos con la procesión y la eucaristía con la lectura de la pasión del Señor según S. Marcos. Con la bendición de los ramos rememoramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Jesús entra en Jerusalén como el rey pacífico, anunciado por los profetas. Anteriormente había rechazado este título, pero cuando las circunstancias que lo rodeaban hacían prever lo contrario y no había peligro de ser confundido con los reyes de este mundo lo acepta, y el pueblo alfombraba el suelo por donde iba a pasar con sus vestidos y con ramas cortadas de árboles, al tiempo que lo aclamaban: ¡Hosanna!¡Bendito el que viene en nombre del Señor!¡Bendito el reino que llega! (Mc 11,10). Unámonos a estos cantos y aclamemos al Señor, especialmente con nuestra vida, como nuestro redentor y salvador.

La segunda parte de la liturgia tiene otro tono. En la Eucaristía escuchamos la pasión del Señor. Importa que tratemos de escuchar o leer la pasión como si fuera la primera vez que o hacemos. El evangelio está escrito para cada uno de nosotros. Tratemos de recrear cada una de las escenas de la pasión: la agonía, las bofetadas, la coronación con espinas, las burlas, Jesús portando la cruz, la crucifixión… Pero como protagonistas que somos de la Pasión de Jesús, pues murió por cada uno nosotros, tratemos de ver con qué persona o grupo nos identificamos: con Pedro, que había jurado y perjurado que no lo abandonaría; con el resto de discípulos, uno que lo traiciona vendiéndolo por unas monedas de plata y los demás lo abandonan, huyendo llenos de miedo; miremos a Pilato que, reconociendo la inocencia de Jesús, por cobarde lo condena al patíbulo de cruz;  fijémonos en la facilidad con que la turba se deja manipular y engañar. Pongamos la mirada también en el centurión, un hombre pagano, pero que el ver cómo ha sufrido es capaz de reconocer a Jesús y proclamarlo como el Hijo de Dios: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios (Mc 15,39).

Es interesante contrastar los gritos de la entrada en Jerusalén: ¡Hosanna!¡Bendito el que viene en nombre del Señor!¡Bendito el reino que llega! (Mc 11,10) con los que escuchamos en la pasión: Crucifícalo, crucifícalo (Mc 15,14). ¿Qué idea tenían del Mesías? ¿Correspondía su idea del Mesías, del Rey de Israel, a lo que ofrecía y presentaba Jesús? ¿Cómo se han dejado manipular? Es un tema que tampoco podemos eludir. Durante estos días la geografía española está llena de procesiones que nos recuerdan los distintos momentos de la Pasión de Jesús, pero ¿acompañamos a Jesús en nuestro vivir de cada día? Cuándo nos llega la cruz, el sufrimiento, ¿somos capaces de reconocerlo y de seguirlo realmente? Tenemos que saber a quién seguimos. El trono de Jesús, como rey, es la cruz, y a sus seguidores tampoco nos libra de ella: El que quiera seguirme, tome su cruz y me siga (Lc 9,23). Jesús no nos augura ni salud, ni felicidad, ni dinero, ni éxito, ni los primeros puestos, pero sabemos que detrás de la cruz está la vida, la resurrección de Cristo y la nuestra. La pasión de Jesús es el certificado que avala la autenticidad de nuestro cristianismo.  

En todas las eucaristías anunciamos la muerte del Señor y proclamamos su resurrección hasta que él vuelva (Cf.1Cor 11,26), unámonos hoy especialmente a Jesús en la celebración de estos misterios.


Vicente Martín, OSA

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