Domingo XXV del Tiempo Ordinario (Ciclo B)
(22 de septiembre de 2024)
(Sab 2,12.17-20; Sal 53; Sant 3, 16-4,3; Mc 9,30-37)
S. Marcos nos presenta hoy a Jesús caminando hacia Jerusalén. En el camino, procura aislarse del resto de la gente para dedicar el tiempo a la formación de los apóstoles que serán los continuadores de su misión. Por segunda vez, les anuncia su pasión, les dice que va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará (v. 31).Como escuchábamos el domingo anterior, Pedro no comprendió a Jesús (Mc 8,32b) y tampoco hoy le comprenden los demás discípulos. Nos dice el evangelista que no entendían lo que les decía, pero les daba miedo preguntarle (v. 32). El hecho de que no se atrevieran a preguntarle, quiere decir que sí intuían lo que les estaba diciendo y por eso, callan. Los discípulos no coincidían con Jesús, esperaban y deseaban un Mesías poderoso, triunfante. Sueñan con un reino ficticio, les preocupa quien será el que ocupe los mejores puestos y discuten sobre quién de ellos es el más importante. Jesús quiere servir, ellos piensan en mandar. La ambición los lleva a promocionarse a costa de Jesús.
Jesús, al llegar a casa en Cafarnaún, nos dice el evangelista que Jesús, tomando la actitud de maestro, se sentó y llamó a los doce (v. 35). Si está hablando con ellos, ¿cómo es que el evangelista nos dice que los llamó? Jesús ahora habla en sentido figurado; los apóstoles físicamente estaban junto a Jesús, pero sus aspiraciones distaban mucho de las del Maestro, en cambio, el chiquillo a quien acoge Jesús y con quien se identifica, sí estaba junto a él. En pocas palabras Jesús les va a explicar de manera gráfica lo que acababa de decirles, y lo hace abrazando a un niño, algunos lo traducen por un chiquillo que sirve, que está a expensas de lo que le manden en una casa o un mayoral y siempre disponible. Jesús les explica gráficamente lo esencial del evangelio, lo esencial de la espiritualidad cristiana.
También nosotros nos creamos expectativas muy humanas, discusiones que nos parecen legítimas, pero muy alejadas de la lógica de Dios. La mentalidad del mundo, de los no creyentes también se suele filtrar en nuestras comunidades religiosas, eclesiásticas o familiares. Buscamos la fama, el poder, el dinero, el reconocimiento, los aplausos, el ser los primeros. Todas estas aspiraciones nos conducen al egoísmo, pero la lógica de Dios termina en el desprendimiento. En la lógica de Dios, el primero, el más importante es aquel que sirve y se rebaja; los discípulos, por el contrario, desean dominar y ser más que los demás. Sería bueno que fuéramos capaces de presentarle al Señor todas nuestras aspiraciones en la oración y que nos dejáramos iluminar por la luz de su palabra para ver si aguantan su fogonazo. Este deseo de autopromoción, de subir, de ascender, de felicitar al que sube, sigue vigente en muchos miembros de la Iglesia. ¿Se aspira a medrar para servir o para que le sirvan? Desde la sinceridad, es bueno que nos preguntemos ¿cuáles son los deseos más íntimos de nuestro corazón? ¿Nos dejamos transformar por la palabra de Dios mientras le seguimos por el camino que nos lleva a Jerusalén? ¿Comprendemos realmente el proyecto de Jesús? Depende de nosotros. ¿Qué elegimos? … No podemos olvidar que los valores del Reino son totalmente opuestos a los valores de este mundo: Si el grano de trigo si no cae en tierra y muere… (Jn 12,24); bienaventurados los pobres… (Mt 5,3), todos valores contrarios a los que propone y sigue el mundo. Para el mundo los importantes son los ricos, los poderosos, los que ocupan os primeros puestos en la sociedad… Si queremos seguir a Jesús, tenemos que cambiar de molde y admitir que los grandes del Reino de Dos son aquellos que sirven.
La Eucaristía nos reúne a todos por igual. En la Eucaristía no hay diferencias ni clases de poder, simplemente hermanos o hermanas, reunidos en torno a la mesa del pan eucarístico y de la palabra de Dios. Al compartir el doble alimento cobramos fuerzas para ser fieles al proyecto de Jesús, de ser servidores los unos de los otros.
Vicente Martín, OSA