Agustinos
Homilía

Homilía

Domingo III de Adviento (Ciclo B)

(17 de diciembre de 2023)

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Is 61, 1-2a.10-11 Desbordo de gozo con el Señor. Salmo: Lc 1,46b-48.49-50.53-54: Me alegro con mi Dios.  1 Tes 5, 16-24. Que vuestro espíritu, alma y cuerpo se mantenga hasta la venida del Señor. Jn 1, 6-8.10-28. En medio de vosotros hay uno que no conocéis.

Hoy es el domingo de la alegría (Gaudete), invitación a albergarla en nosotros. Cuando a alguien se le exhorta a ello de intuir que su situación no es la mejor, pues si las circunstancias de por sí ya generasen tal sentimiento, sobraría la sugerencia. Por ello, para captar bien el mensaje de gozo de Isaías y la alegría del salmo de hoy (el Magníficat), deberíamos partir de una situación distinta de la que vivimos habitualmente: damos por hecha la salvación, la oferta de una salida airosa al alcance de nuestra mano. Por eso, el espíritu del Adviento preparador de la Navidad, nos debería llevar a realizar un ejercicio de meditación apropiado para este tiempo. Consiste en colocarnos anímicamente en un estado mental que haga abstracción del pasado, donde el Logos no ha venido al mundo, no ha sido aceptado ni rechazado,  contamos con la seguridad de la inexistencia de una vida más allá de esta, perdida la esperanza de la victoria del bien sobre el mal, del amor sobre el odio y el egoísmo, incluso en nuestros entornos más íntimos; deberíamos, incluso, imaginarnos sin las comodidades de nuestra vida y el bienestar garantizado (¡Qué difícil imaginarlo!). Solo quedaría vegetar malamente mientras nos atrapa la muerte, aprovechando las migajas de placeres caducos, en movimiento sinuoso de altibajos sensitivos, ciertos de que la muerte y la nada impondrán la disolución final. No es fácil situarse ahí.

Pues bien, en un contexto así podemos hacernos eco auténtico de la dimensión del anuncio del profeta Isaías de la primera lectura. Se trata del tercer Isaías, contexto del exilio. En estas circunstancias, recreadas en nuestra meditación, llega noticia del año de gracia del Señor, de la buena nueva a los que sufren. El anuncio provoca desbordamiento de gozo, alegría. Quien no ha escuchado este anuncio ni ha creído en él disfruta, pero no llega a la alegría que implica el evangelio. No es que el mundo de hoy alejado de Dios esté triste. Está alegre, pero de un gozo distinto, dependiente del disfrute. El cristiano se encuentra alegre porque ha creído el anuncio, aunque no disfrute. Cuando San Pablo le dice a los cristianos de Tesalónica que estén alegres, no se lo dice porque tengan mucho dinero, asegurada la salud por muchos años o el cariño de los suyos. Deben agradecer todo, también eso. Ahora bien, el motivo de su alegría es la venida del Señor Jesucristo, es decir, el Adviento.

Así debe ser también en nosotros; que nuestra alegría la conozcan todos como diferente a la que todos valoran. Para nosotros la buena noticia, el evangelio, es Jesucristo, no el disfrute consumista que engulle imperceptiblemente la Navidad en nuestra sociedad opulenta. “La alegría del evangelio llena el corazón de los que se encuentran con Jesús” (Evangelio Gaudium, 1). ¿Cuál es la fuente de la nuestra? ¿De qué tipo? ¿Duradera y estable; intensa pero con altibajos; tenue menguante, fuerte creciente; de sobria serenidad, estentóreamente hueca? ¡Sea nuestra alegría la buena noticia de la venida del Señor, el evangelio!

El de hoy contiene una parte del prólogo de Juan, himno de alabanza al Logos, junto al discurso sobre la figura de Juan el Bautista. San Juan redacta su Evangelio teniendo presente que existe una comunidad de cristianos que siguen a Juan el Bautista, al punto de llegar a considerarle el Mesías. Por eso insiste en varias ocasiones en que el precursor no es nada más que eso, no es la luz, solamente testimonia. Esta es la circunstancia histórica que hizo surgir este pasaje. Nosotros tenemos que sacar otra lectura. Si la liturgia nos coloca esto en el tiempo de Adviento es porque estamos en una época de espera donde la actitud consiste en colocarnos como quien está deseoso de encontrar la luz y acogerla en su vida.

En la Iglesia encontramos personas como Juan el Bautista: apuntar a la Luz, señalar el Camino, enseñar la Verdad, acercarnos a la Vida. Todos los que con su vida, en palabras y obras, ayudan a otras personas a acercarse a Cristo, están haciendo Adviento, señalan la primera venida del Redentor, como hizo Juan el Bautista. Pero cada vez en que un cristiano, al recibir anuncios proféticos de su tiempo, se fija más en el profeta que en su mensaje, cae en el error de aquellos cristianos que tomaron al Bautista por el Mesías. Es una tentación de la Iglesia repetida a lo largo de toda su historia: quedarse mirando al dedo que apunta a la luna en lugar de mirar a la luna. Juan el Bautista señala, no fijemos nuestra mirada en el dedo sino en Cristo. El Papa no es Cristo, le señala. El obispo de turno no es Cristo, apunta a Él. El párroco tampoco. Mi autor favorito no es Cristo, nos lo cuenta. El prior no es Cristo, nos trata de encaminar. Mi compañero de camino cristiano como yo, no es Cristo, me acompaña. No nos engañemos, muchas veces estos que señalan a Cristo con el dedo pronuncian otros nombres y siguen caminos distintos a la dirección marcada por su índice. Hagamos lo que dicen, aunque no sean dignos de imitar en sus obras (Mt, 23,3). Juan el Bautista fue profeta digno de seguimiento, “pues no ha nacido de mujer uno más grande (Lc 7,28). Pero el más pequeño en el Reino le supera.

Todos nosotros, además, debemos hacer de Bautistas: ayudar a otros a reconocer a Cristo en medio de nosotros, en su venida primera; en su llegada constante a nuestras vidas en cada persona y acontecimiento; y alentando la espera de su segunda venida en gloria. Pero debemos repetirnos siempre que lo hagamos: “yo no soy el Cristo”. Y añadiendo: “haced recto el camino del Señor”. No nos predicamos a nosotros mismos. Es una llamada a la humildad como preparación para esta Navidad. Con palabras de San Agustín: “¿Qué quiere decir: Allanad el camino, sino: «Suplicad debidamente»? ¿Qué significa: Allanad el camino, sino: «Pensad con humildad»? Aprended del mismo Juan un ejemplo de humildad. Le tienen por el Mesías, y niega serlo; no se le ocurre emplear el error ajeno en beneficio propio. Si hubiera dicho: «Yo soy el Mesías», ¿cómo no lo hubieran creído con la mayor facilidad, si ya le tenían por tal antes de haberlo dicho? Pero no lo dijo: se reconoció a sí mismo, no permitió que lo confundieran, se humilló a sí mismo. Comprendió dónde tenía su salvación; comprendió que no era más que una antorcha, y temió que el viento de la soberbia la pudiese apagar.” (San Agustín, sermón 293, 3). Por tanto, fomentemos en nosotros y con quienes nos rodena sentimientos de humildad. “No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2, 3-5). ¡Qué distinto Adviento si demolemos los obstáculos de la soberbia y allanamos el camino de Cristo con la humildad! La humildad auténtica no es triste, al contrario, se goza en lo auténtico. La Eucaristía que celebramos alimente una humildad alegre en nuestros corazones.

Luis Miguel Castro, osa.