Santísima Trinidad (Ciclo A)
(4 de junio de 2023)
(Ex 34, 4b-6.8-9; Sal Dan 3,52-56; 2Cor 13,11-13; Jn 3,16-18)
Terminado el tiempo pascual, la Liturgia dedica el domingo siguiente a Pentecostés a celebrar el misterio de la Santísima Trinidad. Todas las misas son trinitarias, no obstante, la Iglesia quiere destacar de manera especial este misterio por ser el centro y fundamento de la vida cristiana. Lamentablemente no solemos destacar por vivir nuestra vida arraigados en este misterio; nos hemos quedado en que es un misterio inabarcable y de ahí apenas hemos pasado. Es cierto que el misterio no lo podemos abarcar, pero por poner un ejemplo entre los muchos que pudiéramos poner, ¿qué sabemos de Astronomía respecto de lo que ignoramos?… Y si a Dios lo pudiéramos comprender, ¿qué clase de dios sería?
Ciertamente el misterio nos sobrepasa, pero este misterio es para vivirlo y amarlo según Dios se nos revela, más que para comprenderlo. Y Dios se nos manifiesta como amor; así se entrevé en la lectura del Éxodo. Moisés sube a la montaña para hablar con Dios y Dios, a pesar de que su pueblo ha violado los compromisos que asumió, desciende, se acerca al mismo Moisés desde la nube y habla con él cara a cara, como habla un hombre con un amigo (Ex 33,11) y le revela su nombre: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad (Ex 34, 6). Dios desde la nube permanece junto a Moisés, y le muestra su corazón paternal capaz de perdonar y de rehacer la alianza (Cfr. Ex 34, 9).
Muchos son los textos bíblicos que nos hablan de la Trinidad. S. Pablo en su segunda carta a los corintios, como despedida a los mismos, les dice: la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros (13,13)y esta revelación es el saludo que oímos frecuentemente de labios del sacerdote al comienzo de las misas. Pero muchos más son aquellos que nos manifiestan a Dios como amor. S. Juan en su primera carta nos dice: Dios es amor (1Jn 4,8.16. Este es el punto culminante de la revelación y así es como Dios quiere que le veamos. De hecho, en el Evangelio de hoy, se afirma: tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único (Jn 3,16). Dios es la fuente inagotable de vida que incesantemente se entrega y comunica. Lo propio del amor es la entrega. Quien no se entrega no ama y quien no entrega lo que más ama, no llega a lo más profundo del amor. Dios no tiene más amor que su Hijo y no tiene mayor entrega que ofrecérnoslo a nosotros.
Si estamos hechos a su imagen y semejanza de Dios, a imagen de la Trinidad, y Dios es amor, solo viviendo los unos para los otros y amándonos podremos ser felices. Vivimos en una sociedad desintegrada: guerras, violencia, migración forzada, injusticias y corrupción. Por muchos planes y proyectos que se hagan, no podremos recomponer el tejido social ni tampoco nuestra vida personal sin volver a Dios, sin empaparnos de la fuerza trinitaria. Sin Dios no haremos más que alimentar nuestros vacíos.
¿Cómo experimentamos en nuestra vida personal la Trinidad? ¿Somos capaces de reconocer su presencia en las personas con las que nos encontramos?
Al reunirnos en torno al altar, seamos conscientes de que la Eucaristía es el lugar privilegiado de la presencia de la Santísima Trinidad. En la eucaristía celebramos la presencia de Jesucristo, y con Jesucristo está la Trinidad, porque las tres personas son inseparables y así comenzamos, invocamos y concluimos celebrando y confesando este misterio.
Vicente Martín, OSA